El gobierno y medios de prensa de Estados Unidos llevan adelante una campaña de presión contra Arabia Saudita, Egipto y Pakistán para lograr que esos países manifiesten pleno respaldo a la inminente invasión a Iraq.
Al comienzo, los medios se limitaban a destacar que 15 de los 19 pilotos suicidas en los atentados del 11 de septiembre de 2001 eran de nacionalidad saudí, pero ahora lanzaron una ofensiva informativa sistemática, con acusaciones que llegan hasta la propia familia real saudí.
Esta campaña se basa en los fuertes vínculos entre algunos medios de comunicación masiva y la clase dirigente estadounidense, quizás el nexo de más trascendencia en cualquier país democrático.
Los medios tienen el poder de promover determinadas ideas antes de que sean traducidas por el gobierno en políticas, y la cobertura periodística sobre determinado asunto sirve para preparar a la opinión pública ante futuras acciones gubernamentales.
El ejemplo más ilustrativo de todo esto es lo que sucedió con Pakistán.
Antes de los atentados en Nueva York y Washington, el presidente pakistaní Pervez Musharraf era tratado como un paria de la comunidad internacional, al punto que el presidente estadounidense George W. Bush no quiso ser fotografiado con él cuando hizo una escala en Islamabad en marzo de 2000.
Musharraf era presentado en los medios occidentales como el líder de un país en falta con la comunidad internacional.
Pero luego de que atacantes suicidas estrellaran los aviones de pasajeros contra el World Trade Center en Nueva York y contra el Pentágono (sede del Departamento de Defensa) en Washington, el general Musharraf se transformó en un socio clave en la campaña antiterrorista y fue aclamado como líder musulmán moderado.
Los medios de comunicación estadounidenses varían en sus enfoques sobre Arabia Saudita y Egipto, países a los que consideran socios o enemigos según cuáles sean los intereses y objetivos estadounidenses del momento en Medio Oriente.
El periódico The Washington Post llegó a igualar al gobierno saudí con el de Pakistán.
Como el régimen pakistaní de Pervez Musharraf, el gobierno saudí sólo ve a Estados Unidos como una aliado cuando considera la terribles alternativas, señaló el diario en su editorial del 27 de noviembre.
El orden político en Medio Oriente es incompatible con los intereses estadounidenses. Cambiarlo, sea a través de métodos políticos graduales y la liberalización económica, o a través del derrocamiento de dictadores agresivos como Saddam Hussein, es un desafío que Estados Unidos debe asumir, añadió el periódico.
La esposa del embajador saudí en Washington, una de las hijas del rey Fahd bin Abdulaziz, fue acusada de haber entregado dinero a uno de los atacantes suicidas del 11 de septiembre.
Una investigación de inteligencia determinó que un cheque que la diplomática entregó por caridad a una mujer saudí necesitada fue a parar a las manos del marido, quien a su vez se lo entregó a un amigo que estaba vinculado con uno de los atacantes suicidas.
Mientras, los medios estadounidenses acusan a Egipto de antisemitismo, y las autoridades estadounidenses siguen de cerca una supuesta conexión nuclear entre Corea del Norte y Pakistán.
El propio secretario de Estado (canciller), Colin Powell, advirtió al presidente Musharraf las consecuencias que podría tener el apoyo de Islamabad al programa de desarrollo de armas nucleares que lleva adelante el gobierno norcoreano, en violación a un acuerdo con Washington de 1994.
Hasta hace pocos meses, los medios estadounidenses presentaban a Arabia Saudita, Egipto y Pakistán como naciones musulmanas moderadas que Estados Unidos respaldaba como un baluarte contra el extremismo, pero esta idea está cambiando.
Al menos dos motivos pueden explicar el cambio de actitud en Washington. En primer lugar, tanto Arabia Saudita como Egipto se oponen a una ofensiva militar contra Iraq.
Presionar a estos países en otras áreas es una forma de obtener de ellos el respaldo necesario para la operación militar contra el gobierno de Saddam Hussein.
Y esta presión se mantiene inexorablemente, pese a que esos países mantienen una actitud moderada ante el conflicto con Israel, el asunto que más preocupa a Estados Unidos en Medio Oriente.
Egipto reconoce al Estado de Israel, mientras Arabia Saudita fue propulsor en el seno de la Liga Arabe de un plan de paz que procura normalizar las relaciones árabes con el gobierno israelí a cambio del repliegue en los territorios ocupados y la creación del Estado palestino independiente.
La otra razón de la presión estadounidense es la falta de confianza que tiene Washington en esas naciones. Las políticas de apoyo de El Cairo y Riyad a Estados Unidos en el pasado ya no cuentan.
Pero la presión a Arabia Saudita, Egipto y Pakistán no es sólo del gobierno y de los medios de comunicación estadounidenses.
El presidente ruso Vladimir Putin, en conferencia de prensa conjunta con Bush el 23 de noviembre, tuvo una actitud similar.
No debemos olvidar que 15 de los 19 atacantes suicidas (del 11 de septiebre de 2001) procedían de Arabia Saudita, ni que Pakistán tiene armas de destrucción masiva y que (el líder extremista islámico) Osama Bin Laden podría estar escondido en ese país, dijo Putin.
Casi 70 por ciento de los estadounidenses consultados por la cadena televisiva informativa CNN el 27 de noviembre admitieron tener prejucios contra los musulmanes.
Esta situación también demuestra el fracaso de las naciones islámicas en la coordinación de una estrategia informativa conjunta para contrarrestar la campaña de los medios estadounidenses.
El periódico Financial Times señaló en su edición del 30 de noviembre que la estrategia diplomática de los países árabes para lograr un mayor acercamiento a Washington todavía tiene sus cimientos en la arena. (FIN/IPS/tra-en/mh/js/rp/mlm/ip/02